miércoles, 25 de marzo de 2009

FALLAS.

En unos minutos, el cielo se iluminaría de decenas de colores formando líneas que, juntas, daban lugar a la imaginación de las miles de personas que lo contemplarían desde el borde del cauce del río seco que cruza toda Valencia. Centenas de grupos de amigos, de familias, de parejas, de solitarios, que querían disfrutar del espectáculo sonoro y colorido. Nosotros éramos una de esas parejas. La más feliz de todas ellas, la más enamorada. Sentados sobre gris y envueltos de abrazos, esperábamos el comienzo de algo más que fuegos artificiales. Fallas. El aire repleto de pólvora, de alcohol, de fiesta, de sueño acumulado y por donde pasábamos, de amor y deseo. Los aplausos tras el aviso de que empezaba, interrumpieron las conversaciones de los allí presentes. Yo te di un beso y tú, buscando algo más, empezaste a besar mi cuello. Sabes lo que eso me excita y más si con tu mano acaricias mis piernas, subiendo y notando que cuanto más subes, mis pantalones están más calientes. Yo te imité sabiendo que encontraría algo diferente de lo que tú, disimuladamente, ya estabas tocando. Nuestras miradas pedían a gritos algo que había empezado y que ni la gente de alrededor, ni lo que se estaba dibujando en el cielo, lo interrumpiría. Las ganas pudieron a todo lo demás. Y nos dejamos llevar, sin importarnos el qué dirán. Yo, encima, fisgoneando entre tus pantalones. Tú, debajo, acariciando lo que escondía mi camiseta. Besándonos. Tocándonos. Chupándonos. Acompañábamos al sonido de la pirotecnia con nuestros jadeos, que aumentaban al compás. Parecía una competición con el objetivo de llegar al clímax antes. Los fuegos artificiales a la traca final, y nosotros a un orgasmo espectacular. Le ganamos nosotros, le pusimos mucho más énfasis, y cuando acabó, nos quedamos ahí, comiéndonos la noche, comiéndonos mutuamente y con mucha hambre, como siempre.

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