miércoles, 22 de abril de 2009

CABALLO.

Soñé con un caballo blanco. Sus crines al aire pero perfectamente peinadas, eran el fruto de largos ratos dedicados a pasar minuciosamente el peine una y otra vez. Sobre él, una niña de ojos claros vestida de amazonas. Gorro negro y pantalón beige que se pierde dentro de unas botas también negras y con varias hebillas que con el sol brillan aún más. Se oye el cantar de algunos pajarillos ya acostumbrados a la primavera. Y flores de todas las edades brotan deseando lucirse más que las demás. Al fondo del escenario, una perfecta casa de campo. Ideal para disfrutar de la naturaleza sin prescindir de la comodidad de las nuevas tecnologías. Una valla de madera y vestida de plantas enredaderas rodeaba la casa. Una familia de gnomos con gorros de diferentes colores alegraba la estampa y se encargaba de vigilar que no entrase nadie desconocido. Otro de ellos también se encargaba de dar la bienvenida con un vistoso cartel a todo aquel que entrase. Tampoco podían faltar los farolitos que marcaban el camino hasta la parte trasera. Una piscina, mobiliario de exterior y un tobogán con destino a un buen chapuzón era lo que se podía observar a primera vista. En la entrada principal de la casa estábamos tú y yo. Jugando con un bebe de apenas unos meses. Cuatro. Felices. Con ganas de vivir. Y me desperté. Y estaba en mi habitación. No había pasado ni un segundo y ya echaba de menos mi sueño. Como siempre, te echaba de menos a ti. Porque puede ser que no tenga una casa con gnomos, ni piscina, ni niña amazonas, ni bebe, ni caballo pero sé que te tendré a ti. Esté donde esté. Y es que no necesito nada más que tú para ser feliz.

RECUERDOS.

Diez minutos de retraso, acabamos de embarcar. Música clásica intentando tranquilizar a decenas de personas en busca de un buen sitio. Yo estoy en la ventana, otra vez. Tengo ganas de llegar y me duermo incluso antes de despegar. Es un sueño muy ligero, algún grito más fuerte de los que llevaba escuchando me despierta justo antes de empezar el viaje. Disfruto de la sensación de subir mientras admiro el paisaje por última vez. Te echo de menos. Esta vez no es de noche y se ve perfectamente el mar de nubes que se ha creado bajo nosotros. Es preciosa la vista. Se ve la luna sobre un horizonte rosa a causa de la puesta de sol. Y pienso en ti otra vez. En las ganas que te tengo. En todo lo que te contaré cuando me tumbe en mi cama y deje que el tiempo pase más deprisa de lo deseado. Quiero que el tiempo recoja las palabras que llevan días atrapadas en mí para que se guarden como recuerdos. Los recuerdos llegan cuando menos te lo esperas. Un pequeño objeto, una leve palabra, una rápida imagen, una canción que casi ha perdido la melodía pero que se convierten en la llave de una puerta lejana. Como lejanos son los sentimientos que albergan tras ella. Pero cuando te sumerges en esos recuerdos, los sentimientos están más cerca que nunca. Dentro de ti. Te invaden junto con la melancolía o quién sabe qué emociones te pueden llegar a provocar. Los recuerdos son sólo eso, recuerdos. Que te hacen daño o te sacan una sonrisa. Tú en ningún momento has sido un recuerdo por muchas sonrisas que me hayas sacado. Aunque no estuvieses conmigo, eres el presente. Mi presente. Y sueño con que seas mi futuro. Que podamos recordar juntos todo lo que nos echamos de menos y podamos demostrarnos que nos queremos más que en este momento. Nunca serás un recuerdo porque siempre te tendré a mi lado para no tener que recordarte. Y cuando te conviertas en recuerdo, también me tendrán que recordar a mí.

jueves, 2 de abril de 2009

VIAJE.

Me voy de viaje. A Londres. Y mi madre se ha cerciorado de que no falte nada, está todo listo. Subo al avión y tengo la suerte de sentarme junto a la ventana. Aunque es de noche me gusta ver como las farolas, desde allá arriba, se convierten en pequeñas luciérnagas que, iluminando ciudades enteras, rompen la oscuridad a la que da lugar una noche. La noche del tres de abril, nuestro tres de abril. Y pienso en esto mientras las ruedas dejan de tener contacto con el asfalto. En ningún momento te has ido de mi mente. Me faltas tú. Lo más importante de todo, lo más imprescindible. Lo que necesito para vivir. Serán cinco días diferentes. Y cuando pienso todo esto, saco el libro que me regalaste, porque aún cerca de las nubes, tengo ganas de ti. Siempre las tendré. Y aún a dos mil dos cientos sesenta kilómetros, te amaré.

PRINCESA.

Desde hace un tiempo, la alarma del móvil que funciona como un despertador, ha cambiado por un beso de buenos días. Tierno y madrugador. Perfecto como los demás, mejor que los anteriores pero peor que los que vendrán. El primer placer del día. El segundo es mirarte a los ojos y sentirte cerca mía. El tercero una ráfaga de te amo, igual de sinceros que los de ayer pero con la fuerza resultante de juntar todos los de antes. El cuarto de los placeres, es un desayuno perfectamente preparado por ti y para dos. Zumo de naranja, café con leche, croissants, mantequilla, mermelada y azúcar. Y en esa cama, en nuestra habitación, soy más afortunada que cualquier princesa en el mejor de los cuentos. Compartiendo con mi príncipe un pequeño y maravilloso instante más de la continua felicidad en la que vivo. Felicidad creada por el chico de mi vida. Por el que quiero. Por el que amo. Por ti.

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