Cuando abro la puerta y te busco. Y el cielo se nubla pero te miro y sale el sol. Sentado en un rincón, creando historias; pensando en letras. La brisa te acaricia y le tengo envidia. Me acerco y te sonrío. Me regalas tu azul verdoso. Tu verde azulado. Y, después, nos entra hambre y nos comemos a besos
Mientras la niña rubia juega con la arena y sus padres le echan crema, ese avión está a punto de aterrizar. La gente toma el sol y cierra los ojos, intenta dormir o se olvida de todo. Las sombrillas pintan la escena y las toallas cubren la arena. La arena se pega a nuestra piel. El agua, fría, nos eriza la piel. Es una estampa de verano, de agua, de playa y de sol. De niños corriendo y de bocatas de atún. De cartas, de pelotas y de palas. De castillos de arena. De relojes parados y días sin nombre. Es nuestro verano y nuestros recuerdos. Y, cada minuto que pasa, se convierte en nuestro pasado.
Eres como esa ventana que abro para ver el paisaje. Como aquella que cierro cuando hace frío. O la que observo si necesito olvidarme de todo durante dos minutos. Eres mi ventana de escape, de inspiración y de sueños. Eres los cristales que me devuelven el reflejo y los que evitan que la lluvia llegue a mí. También eres el cielo y el mar. Eres las puestas de sol y las tempestades. Las gaviotas. Las nubes. Los barcos. La isla. Las luces. Los tejados. Los ruidos. La calma. Los veleros. El agua congelada y los delfines invisibles. Lo eres todo, aunque se cierren las puertas.
En cualquier lugar del mundo, anochecer contigo. Soñar contigo. Respirar contigo. Contemplar los colores del cielo, como el sol se esconde, como la luna nos vuelve a vigilar. ¿Qué más da dónde? Mirarte. Ver como te levantas, bebes agua. Y tienes calor, frío, sed. Morirse de sueño. Morir de amor. Bostezar. Besar. Mojar. Comer. Morder. ¿Qué más da dónde? Solo me importa con quién.
Paseas por mi arena, sin miedo a quemarte. Dejas que te moje, que la brisa acaricie tu piel. Que el sol te queme hasta el atardecer. Te fundes en el agua, me respiras y me nadas. Me buceas, buscando tesoros, desechando el oro. Te subes al acantilado más alto y gritas. Me gritas fuerte y sin sentido. No hay más sentidos que tus caricias. El agua golpea con intensidad, con intimidad, en aquel lugar solitario. Y multitudinario. Porque te sobran todos, y todas. Menos yo, que sigo aquí, mirándote. Me ofreces calma, como el mar que baña tu playa. Calma y oxígeno. Calma y color. Calma y amor. Calma en este mar, que soy yo. Y que eres tú.
No quiero ser universo,
ni que me conviertas en unas pocas palabras.
No quiero ser efímera, infinita, lejana.
Tampoco quiero que sueñes con llegar a mí,
porque ya estás dentro.
Olvídate de llamarme universo,
de convertirme en un verso de tu vida.
Somos más que una rima de personas.
Más que una paradoja de significados.
Mucho más.
¿Sabes realmente lo que quiero?
Quiero ser multiverso,
para que me verses entera.
Tecleas a mi lado, sonriendo y pensando. Te pido un beso y me convierto en tu teclado. Pulsas el infinito con cada caricia y salimos al espacio durante unos minutos. Me agarro a tus manos. Volando. Flotando. Permanecemos juntos y tus ojos lo llenan todo de azul. Y de verde. Y de gris. Me dedicas todos tus suspiros. Allí, desde el espacio, somos todo. Somos nave espacial, somos teclas, somos amor y gravedad. Somos lo que queramos porque tenemos todas las letras a nuestro alcance. Porque todo el teclado es nuestro.